Letrado, ¿ha superado usted el test de Turing?
A la vista de los continuos avances en las herramientas de computación cognitiva, surge la cuestión de si llegará el día en que no sea posible distinguir si estamos ante un razonamiento jurídico desarrollado por un ser humano o por una máquina.
Sirvan como ejemplos lo ocurrido con el bot conversacional Eugene Goostman que, el pasado 2014, fue capaz de convencer al 33% de los jueces de que estaban hablando con un niño ucraniano de 13 años, superando, en consecuencia, la prueba del test de Alan Turing y, con ello, su predicción de que las máquinas serían capaces de convencer a más del 30% de los jueces de que eran humanas; o la sorprendente victoria del ordenador Deep Blue de IBM en el año 1997, que derrotó al gran maestro del ajedrez Gary Kasparov.
Ante hitos así, es inevitable preguntarse si llegará el día en que, más allá de los beneficios obvios que brindan las nuevas tecnologías en el ámbito de la abogacía – es indudable que las bases de datos y sistemas de procesamiento de la información han desbancado de forma absoluta a los manuales de Derecho y repertorios de jurisprudencia clásicos de las bibliotecas, al permitir un acceso inmediato a la información-, sean los programas informáticos los que razonen y los abogados, en lugar de aplicar su conocimiento al caso concreto, sean los meros ejecutores de las decisiones jurídicas tomadas por dichos sistemas de computación cognitiva.
Porque teniendo en cuenta que la codificación prescriptiva supera, con mucho, la capacidad humana, ¿qué abogado se atreverá a ignorar la conclusión que le brinde la máquina?
Ahora bien, a diferencia del cerebro humano, un algoritmo no es intuitivo, sino predictivo, de tal forma que existen áreas que difícilmente pueden ser sustituibles. La capacidad del ser humano de interactuar socialmente, de realizar tareas creativas o de adaptación a las nuevas situaciones lleva a pensar que la labor del abogado no puede automatizarse totalmente, ya que sólo un ser de carne y hueso puede defender un pleito, donde puede pasar de todo y donde el factor humano y el contacto con la realidad son fundamentales. Es más, considerar que la profesión del letrado es automatizable implicaría que también lo es el trabajo del juez.
Pero, ¿estaríamos dispuestos a dejar la justicia en manos de las máquinas? ¿qué respuesta hubiera dado un programa informático ante el dilema presentado al Rey Salomón por dos mujeres que se disputan la maternidad de un niño?
En consecuencia, existiendo tareas que sólo el cerebro humano es capaz de hacer, parece que queda esperanza para los abogados, estando lejos el día en que, como en la película Blade Runner, se utilice el test de Turing para identificar a los “letrados” replicantes… de momento.
Departamento de Laboral de Garrigues
Clara Herreros